Las mujeres del renacimiento se depilan las cejas reduciéndolas a una mínima línea y a veces hasta hacerlas desaparecer, así ensanchan la frente y agrandan los ojos para transmitir profundidad en la mirada.
Con los aires que trajo el Renacimiento la moda masculina alcanzó nuevos
niveles de esplendor y otras piezas vendrían en reemplazo del antiguo
capirote: bonetes tocados con plumas. Tanto en Inglaterra como en
Francia y España fueron la última novedad, mientras que los italianos
prefirieron el antiguo gorro frigio; un sombrero a modo de casquete,
confeccionado en fieltro, que remonta sus orígenes a Asia Menor. Los
retratos de personajes célebres de ese periodo como Enrique VIII,
Francisco I de Francia, o Carlos de Austria muestran el favoritismo por
un tipo de bonetes de terciopelo negro decorados con plumas y en
ocasiones podían guarnecerse con piedras. Según escribía Rabelais, de
estos “pendían gargantillas de hermosos rubíes y esmeraldas”, y al
describir la indumentaria de Gargantúa nos aclara que las plumas podían
ser de especies distintas al avestruz. Comenta: “el plumaje consistía de
una enorme y hermosa pluma de color azul, tomada de un onocrótalo […]
graciosamente inclinada sobre la oreja izquierda”. Tal como él escribe,
la mayoría de retratos muestran las plumas ladeadas a la izquierda; sin
embargo en otros se muestra lo contrario, queda por saber si tal
decisión se dejaba a gusto del usuario.
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